PASAJE DEL LIBRO "DIVORCIO EN BUDA" DE SANDOR MARAI
“En esos años estaba de moda la educación basada en el psicoanálisis. Los hijos de las familias burguesas crecían bajo la vigilancia de los neurólogos, con apoyo psicológico constante. La nueva educción les negaba a los padres la posibilidad de amonestar a los hijos y de imponerles prohibiciones explicitas, tan solo podían explicar, conceder permisos y aclarar conceptos. Kristof Komives pensaba que podía ser un padre bueno y concienzudo aunque no respetara esas normas modernas de educación. Opinaba que lo que importa es el conjunto, el ambiente familiar, el hecho de que la familia sea una familia verdadera, de que los padres y los hijos se comprendan y se sientan íntima y profunda mente unidos. Y si esa cohesión mantiene unida a la familia, entonces los padres pueden incluso permitirse alguna que otra disputa, pueden reñir a los hijos, la madre puede repartir cachetes, el padre puede mostrarse desganado, irritado o tacaño, y aun asi la familia seguirá siendo una verdadera comunidad: nadie temblará de frio y los hijos no tendrán traumas o crisis psicológicas a consecuencia de una bofetada del padre. Los padres pueden mostrarse en su relación apasionadamente tiernos o apasionadamente violentos, pueden permitirse peleas y paseos románticos porque todo aquello seguirá formando parte de la vida familiar, como los nacimientos y los fallecimientos, como la colada y la comida especial de los domingos. Solo importa el conjunto, y si el conjunto esta bien, los hijos se sentirán protegidos aunque el padre se muestre severo. Estaba convencido de que ese ambiente familiar es lo que determina el sentimiento vital de los hijos. Naturalmente, esa sinceridad, esa unión, ese sentimiento de pertenecer a una comunidad, con todos sus aspectos buenos y malos, sólo es válido si es profundamente sincero y desinteresado. Claro que… , ¿Quién se atreve a juzgar la intimidad de una familia?”
“Divorcio en Buda”, Pag 45
Sandor Marai
Ed Salamandra, Barcelona, 2002